Lo conocí casi circunstancialmente. Tenía que pronunciar un discurso en el Salón de Expresidentes de la República, con motivo del centenario del nacimiento del doctor don Rafael Ángel Calderón Guardia. Muchas personas estaban presentes para ese acto recordatorio. Era el año de 2000, fechado el diez de marzo.
Poco antes del inicio del acto, apareció deslizándose por la puerta principal, en compañía de su suegro don Eduardo Mora Valverde, y casi se sentó a la par mía. Después que hice mi alocución se me acercó para felicitarme. Su voz bien modulada tenía una sintonía con sus movimientos llenos de seguridad y plenos de convencimiento.
Allí se fincó una amistad de la cual me siento honrado. Discrepamos en nuestros enfoques del destino nacional. Él socialista, socialista de los verdaderos; yo social-cristiano toda la vida…
Era muy aleccionador confrontar nuestros puntos de vista. Había algo que sí nos situábamos en un mismo camino: la gran Reforma Social de los años cuarentas del siglo pasado.
Al repasar esa historia, dado que no fuimos actores en esa lucha del pueblo costarricense por lograr derechos sociales- él nacido en 1949 y yo en 1927 – tenía de mi parte una ventaja: había conocido de primera mano muchos de los acontecimientos de la época y don José no. Pero al final de cuentas concluíamos en aquella venturosa época, recordando con pasión a Monseñor Sanabria, don Manuel Mora Valverde, el tío de su esposa, y al presidente Calderón Guardia.
Su historia de la vida de su tío abuelo es posiblemente la mejor.
Siempre nos preguntábamos: ¿ cómo fue posible y aleccionador, ese encuentro tan glorioso para la Patria? Los hombres que comandaron esa Reforma, como verdaderos patriotas, dejaron de lado sus propios conceptos ideológicos pensando en el destino de los más necesitados, de los más abandonados de la fortuna. Todo realizado en medio de una gran confrontación social provocada por la reacción a esas leyes. En esa época se jugó el destino de la paz social que venturosamente hemos vivido los costarricenses desde hace setenta años.
Su paso por la Asamblea Legislativa, dos veces diputado, llenó el plenario con sus discursos defendiendo la causa de esos mismos que fueron los destinatarios de las leyes sociales. Pero además, cálidamente su voz se levantó para defender las grandes instituciones del Estado en peligro de desaparecer. En esa intencionalidad, jamás se apartó del legado de Manuel Mora Valverde; respetando su memoria, siguió esa misma ruta de poner por encima de sus vocaciones doctrinarias, la de los intereses de la República. Galardón no contaminado por cualquier acto contrario a la decencia política y personal.
En alguna ocasión me invitó a su casa. Había regresado de España en esos días y desde luego intercambiamos opiniones sobre el acontecer de los que ocurría en su país natal. Compartí su mesa con su esposa Patricia, con su suegro Eduardo y su cuñado don Manuel Mora Salas, y entonces encontré en José Merino esa faceta que no aparecía en sus discursos: el Merino lleno de simpatía, con la alegría de vivir y mostrarlo sin ocultamientos. El Merino lleno de humor.
Hoy que termina su vida terrenal, seguirá en el futuro, alumbrando el camino de Costa Rica, al igual que lo hicieron Carmen Lyra, Manuel Mora, Carlos Luís Fallas que dieron grandes batallas por la justicia social.
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